Como consecuencia del papel
desempeñado por Rusia en el desenlace de dos cuestiones internacionales
centrales del año, Snowden y Siria, la percepción relativa al ascenso de este
actor en el orden interestatal sufrió una valoración sin precedente desde su nacimiento,
en diciembre de 1991, o más precisamente desde la llegada de Putin al poder en
2000.
Por ello, posiblemente el
año que termina quedé registrado como el año del 'regreso' de Rusia al orden
interestatal, es decir, un período de logros efectivos en cuestiones
internacionales, producto de la afirmación de un patrón o enfoque externo
activo.
Si bien hay especialistas
que relativizan las conquistas rusas en materia de política exterior, por caso,
Stephen Sestanovich, en tanto consideran que tales 'conquistas' implican en
verdad inhabilidad para resolver múltiples cuestiones que van desde Ucrania a
la Unión Europea, pasando por Moldavia, Georgia, OTAN, etc., predominan los
enfoques, por ejemplo, el de Jacques Lévesque, por citar uno de ellos, que concluyen
que Rusia ha construido poder y, por tanto, ha afianzado su capacidad de
deferencia, es decir, esa capacidad o 'talla estratégica' de un Estado que hace
que se torne 'imprudente' para los demás actores (sobre todo zonales) proceder
de modo indiferente a la apreciación de aquel cuando se abordan cuestiones
internacionales sustantivas.
Durante los 'nuevos tiempos
de desórdenes' de la Federación Rusa, es decir, entre 1992-1999, dicha
capacidad prácticamente desapareció; más todavía, desestimando su patrón o
enfoque tradicional de poder en el tablero interestatal, la Rusia de aquellos
años consideró que una política externa de acompañamiento incondicional a
Occidente era la clave de bóveda para que el país no volviera a sufrir un nuevo
proceso de metamorfosis que lo sumiera en desarreglo interno y aislamiento
externo, según los mismos términos del entonces canciller ruso, Andréi Kozyrev.
Para los iniciadores y
defensores de la nueva política externa rusa, el ensayo soviético dirigido a
lograr una inflexión en el curso de Rusia no solamente acarreó costos humanos y
materiales incalculables, sino que interrumpió un proceso de convergencia entre
Rusia y Estados Unidos. Siempre desde la perspectiva de aquellos funcionarios,
el final de la URSS ofrecía una nueva y mayor chance de afinidad con Estados
Unidos: más todavía, se consideraba que este país estaba interesado en basar el
nuevo orden en una nueva política de 'condominio ruso-estadounidense'.
Los resultados son
conocidos: Estados Unidos llevó su victoria más allá del fin de la URSS,
rentabilizando la misma y logrando sensibles ganancias de poder frente a una
Rusia casi exánime. Incluso en tiempos de Yevgueni Primakov, un experto en
Medio Oriente con marcado sentido realista que se propuso un giro radical de la
diplomacia rusa, la debilidad e impotencia del país favoreció la continuidad de
aquel enfoque post victoria. De allí que el experto Leon Aron sostuviera que si
bien Primakov se propuso un cambio de 180 grados en la política externa rusa,
terminó alcanzando 90 grados.
A partir de 2000, el ascenso
de un nuevo liderazgo generacional en Rusia implicó el principio del fin de una
era de desórdenes y el principio de un reposicionamiento más asertivo o
proactivo de Rusia en el orden interestatal.
En este sentido, hay
bastante de cierto en lo que sostiene el experto Sherman Garnett, respecto a
que el enfoque de Rusia en tiempos de Putin puede ser interpretado como un
"primakovismo sin Primakov", es decir, siguiendo líneas del
excanciller y ex primer ministro, mostrando disposición a colaborar con
Occidente si las condiciones así lo requieren, pero recalcando que los intereses
de Rusia no se identifican con Occidente, sobre todo en relación a una lógica
de orden interestatal que tiende a desestimar el ascenso del 'resto'.
No obstante este regreso al
'primakovismo', la Rusia bajo comando de Putin implicó una diferenciación
central en relación a los tiempos de Rusia bajo el liderazgo de Yeltsin: se
priorizó la relocalización de la autoridad y la restauración de la fortaleza
del Estado, estrategia que hizo posible plantear una política externa proactiva
y de creciente influencia en el orden interestatal. En otros términos, la
reconstrucción del poder hacia adentro ha implicado una condición estratégica
al momento de reparar no solamente la sensible pérdida de influencia de Rusia
en el orden interestatal, sino el firme cuestionamiento a que se continúen
ejerciendo políticas de poder a costa y en contra de ella.
En breve, Rusia ha regresado
a la escena interestatal a partir de un liderazgo de cuño tradicional, es
decir, un liderazgo que, a diferencia del de Yeltsin, que fue un liderazgo 'transformador'
que acabó transportando a Rusia a las protohistóricas pesadillas de 'desorden',
retorna a 'clásicos' que hicieron de Rusia un actor central y respetado: orden
interno, fortaleza del Estado, centralización político-territorial, referencias
geopolítico-culturales propias, referencias heroico-nacionales, acumulación
militar, amparo y promoción del interés nacional en espacios adyacentes,
política externa activa, etc.
La pregunta clave es si
Rusia podrá lograr una mixtura entre el patrón clásico y las demandas de
modernización. Si es capaz de ello, Rusia estará en condiciones de ejercer un
poderío más multivectorial, es decir, un papel selecto y prominente en
prácticamente todos los segmentos de poder interestatal
Texto completo en: http://actualidad.rt.com/blogueros/alberto-hutschenreuter/view/114414-balance-rusia-debilidad-poder
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