El presidente, acorralado por las manifestaciones, anuncia la formación de un nuevo Gabinete y promete reformas en su primer mensaje a la nación desde que estalló la revuelta.-
Decenas de muertos y un millar de heridos en los choques entre manifestantes y fuerzas de seguridad Decenas de miles de manifestantes se concentran en la plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, entre gritos de "¡Vete, vete!" y "¡No violencia!", en clara muestra de que no les basta el mensaje de anoche del presidente egipcio, Hosni Mubarak, anunciando la destitución del Gobierno pero su permanencia en el poder. Poco a poco, se va sumando gente a la protesta que han mantenido viva durante la noche cientos de egipcios que han desafiado el toque de queda en una noche de relativa calma, ante la vigilancia del Ejército, que controla los principales puntos de la capital. Es la resaca después de una jornada de caos y violencia, en la que ciudades como El Cairo, Alejandría y Suez se convirtieron ayer en un campo de batalla en el que centenares de miles de personas se enfrentaron a la policía y a los militares, con decenas de muertos y más de 1.000 heridos, en una revuelta sin precedentes que ha hecho tambalearse al régimen de Mubarak.
Helicópteros sobrevolando el centro de El Cairo, tanques en las calles, vehículos policiales, edificios y barricadas de neumáticos quemados son parte del paisaje diurno, que muestra los restos de la batalla. Todavía humea la sede principal del partido de Mubarak, incendiado y saqueado ayer. En las calles cercanas a la plaza Tahrir, la policía ha efectuado esta mañana algunos disparos, aunque no está claro si se trata de balas de goma o munición real, según la agencia Reuters, provocando la huida de los manifestantes. También han intervenido con disparos al aire los agentes que custodian el Parlamento, para dispersar a un grupo de personas que pretendían irrumpir en el complejo. No está permitido el acceso al tráfico rodado a la céntrica plaza, pero sí a los viandantes. Habitantes de El Cairo, incluso familias, se han acercado a sacar fotos con sus teléfonos móviles de lo que consideran un momento histórico.
Pasado el mediodía (una hora menos en la España peninsular) y cuando el Gobierno ya había dimitido formalmente, miles de personas exigían de forma pacífica la marcha de Mubarak en la plaza Tahrir y alrededores. Algunos grupos han empezado a marchar hacia el cercano edificio de la televisión pública y del Ministerio de Exteriores, rodeados de tanques y ante la vigilancia de los soldados, con los que los manifestantes mantienen una buena relación, incluso charlan.
Un militar, desde un blindado, ha dirigido un discurso a la multitud en el que ha asegurado que su función es proteger a la población, y ha recordado que no debe haber saqueos ni ataques contra la propiedad, y que la gente debe respetar el toque de queda, en línea con el comunicado del Ejército difundido por la televisión pública, que llama a no reunirse en lugares públicos y advierte que "se adoptarán las más duras medidas contra quienes infrinjan el toque de queda". Éste se ha ampliado en El Cairo, Alejandría y Suez, y se extenderá desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la mañana, frente al anterior, de seis de la tarde a siete de la mañana.
Las protestas continúan también hoy fuera de la capital. En Alejandría, miles de personas se han enfrentado a la policía, que ha utilizado gases lacrimógenos y ha disparado munición real, según un testigo citado por Reuters. También ha habido choques violentos en la ciudad de Ismailia, en la orilla occidental del Canal de Suez, según France Presse, mientras que la sede del partido de Mubarak en Luxor ha sido quemada, informa Al Yazira.
Los egipcios desafiaron ayer una feroz exhibición de violencia policial para exigir la dimisión de Mubarak. Fueron inútiles la declaración de un toque de queda y el gas lacrimógeno, las balas de goma y los disparos al aire. Ha sido inútil imponer un apagón de comunicaciones que inutilizó los móviles e Internet y sacar los tanques. Esta mañana, los teléfonos móviles han vuelto a funcionar paulatinamente en la capital.
Mensaje a la nación
El presidente egipcio se dirigió anoche a la nación por medio de un mensaje emitido por la cadena estatal Nile TV, en lo que supone la primera reacción del régimen a la oleada de protestas. Mubarak dejó claro que no tiene la menor intención de seguir el ejemplo de su homólogo tunecino, Zine el Abidine Ben Ali, que dejó el poder el 14 de enero forzado por la contestación popular. El rais egipcio, que dijo haber asumido personalmente el control de la seguridad nacional, anunció la formación de un nuevo Gobierno, cuya composición se conocerá hoy, y aseguró entender las reclamaciones de libertad de los manifestantes, siempre que se formulen de una manera pacífica y legal. "Estoy al lado de la libertad de cada ciudadano", dijo, pero "hay una delgada línea entre la libertad y el caos", informa Reuters.
"Trabajaré por la seguridad y por la libertad [de los egipcios]", así como por mejorar la economía del país, añadió el mandatario. "Se darán nuevos pasos hacia la democracia y la libertad y para afrontar el desempleo y mejorar las condiciones de vida y servicios, así como para ayudar a los más necesitados", dijo, en referencia a un futuro programa de reformas. El Gobierno se reunió pasadas las once de la mañana para presentar formalmente su dimisión antes de que se nombre el nuevo Ejecutivo.
Mubarak, que anoche departió durante media hora con el presidente de EE UU, Barack Obama, que le instó a dar pasos "concretos" hacia las reformas que el pueblo demanda, ha recibido hoy el respaldo del rey Abdulá de Arabia Saudí. "Ningún árabe o musulmán puede tolerar una intromisión en la seguridad y la estabilidad de Egipto por aquellos que se infiltran entre el pueblo en nombre de la libertad de expresión, explotándola para inyectar su odio destructivo", ha dicho el monarca, según la agencia oficial SPA.
El mensaje del presidente egipcio, poco después de la medianoche, ponía fin al peor día de protestas desde que la contestación popular contra el régimen prendió el pasado martes. Las palabras de Mubarak, sin embargo, no calmaron a la multitud que continuó en las calles, desafiando el toque de queda y asegurando que no las abandonarán hasta que el presidente deje el poder. Hacia las tres de la madrugada, incluso la lluvia, que cae poco en esta ciudad, decidió acompañar la protesta. Los pequeños comercios de comida abrieron sus puertas aprovechando la emisión del discurso por televisión. Los manifestantes se acercaron a repostar y seguir las palabras del mandatario. "Es lo mismo de siempre", protestaban, algunos de ellos llenos de golpes después de un día de disturbios. "No creemos en las reformas. Mubarak tiene que irse".
La oposición tampoco dio demasiado crédito a las palabras del rais e insistió en la necesidad de que el gobernante renuncie. "El discurso de Mubarak no cumple con las aspiraciones del pueblo", señaló un comunicado de la Asamblea Nacional para el Cambio, liderada por el premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei. También los Hermanos Musulmanes, la fuerza opositora mayoritaria, ha mostrado su insatisfacción con el mensaje. "El cambio del Gobierno no es el objetivo fundamental, ya que hay un conjunto de reivindicaciones que piden las fuerzas políticas, como la derogación de la ley de Emergencia, la disolución del Parlamento y elecciones libres y limpias", ha declarado a Efe Walid Shalabi, asesor de información del "guía supremo" del grupo islamista, Ezzat el Badia.
Otras de las peticiones de la oposición y del pueblo son "obtener libertades públicas y juzgar a los corruptos", según Shalabi. "La destitución del Gabinete es sólo un paso. Deseamos un Gobierno que tenga interés en lanzar las libertades públicas, que resuelva el problema del desempleo y que no trabaje en beneficio de un sólo grupo", ha subrayado el miembro del grupo, ilegalizado pero semitolerado.
Ímpetu revolucionario
La multitud, joven y enardecida, está furiosa. Décadas de represión y miseria han estallado en una jornada de ira de ímpetu revolucionario. El país más importante y populoso del mundo árabe, el principal aliado de Estados Unidos (tras Israel) en Oriente Próximo, la sociedad que de alguna forma marca el patrón regional, está desde anoche en llamas. En El Cairo, el humo negro de las barricadas incendiadas se ha mezclado todo el día con el gas lacrimógeno y envuelve la ciudad en una nube de pesadilla y a la vez de euforia. Hay un precio: decenas de muertos entre la capital, Alejandría y Suez, y más de 1.000 heridos en la capital.
Los egipcios, siempre pacientes y bienhumorados, soportaron la opresión y la corrupción hasta que, sin previo aviso, estallaron. La protesta que surgió el martes en Internet, sin líderes, sin programa, sin otra ambición que romper cadenas, se amplió en unos días hasta abarcar a la población entera, o, al menos, a la enorme población urbana: solo en El Cairo viven más de 20 millones de los 80 millones de habitantes de Egipto. Los Hermanos Musulmanes se unieron a grupos cristianos, profesionales de clase media, muchachos frustrados, obreros, comerciantes, y salieron a la calle con un valor insospechado.
Represión brutal
La policía utilizó los recursos más brutales, pero también los más mezquinos del manual de la represión. Los antidisturbios lanzaron tanto gas lacrimógeno que se ahogaron a sí mismos. E intentaron encubrir su actuación atacando a periodistas (el número de incidentes en este ámbito es incontable y destaca entre ellos el cierre de la sede de la televisión Al Yazira), prohibiendo a los turistas que tomaran fotos desde sus hoteles y sometiendo al país a un apagón de telecomunicaciones. "No podemos enviarnos mensajes, pero sabemos dónde ir y qué hacer porque la calle es nuestra, no de ellos", explicó a gritos un joven embozado poco después de devolver a los antidisturbios un bote de gas.
Mohamed el Baradei, el ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica y premio Nobel de la Paz, que volvió el jueves a El Cairo desde su domicilio austriaco y se propone como alternativa presidencial a Mubarak, fue retenido por la mañana en la mezquita a la que acudió a rezar y luego fue sometido a arresto domiciliario, confirmaron ayer fuentes oficiales, para que no lanzara nuevos mensajes a la población. La medida no tuvo efecto alguno. La revuelta sin líderes, inspirada en la de Túnez pero muchísimo más voluminosa, tenía vida propia.
Una de las batallas más duras de la jornada se desarrolló sobre el céntrico puente del 6 de Octubre [VIDEO], que conduce a la simbólica plaza de Tahrir (Liberación) -tomada por blindados del Ejército a medianoche- y está próximo a varios edificios gubernamentales y al Museo Egipcio, amenazado anoche por un incendio cercano. Miles de manifestantes intentaron cruzarlo durante más de dos horas, en sucesivos asaltos masivos que fueron rechazados una y otra vez por policías antidisturbios y policías camuflados. El gas lacrimógeno, el agua a presión, las balas de goma y las granadas sónicas convirtieron el puente en un infierno. Del lado de Zamalek, donde se reagrupaban los manifestantes, había jóvenes sangrando o semiasfixiados. Algo parecido ocurría del lado de Tahrir, donde policías deshidratados se desmayaban en brazos de sus compañeros, sin fuerzas para despojarse del casco y el escudo. Cuando los muecines llamaban a la oración desde los minaretes el fragor se convertía en silencio: los manifestantes se arrodillaban para rezar y los policías reculaban. Luego se reanudaba el choque.
Cruzado el puente del 6 de Octubre, el foco de los enfrentamientos se desplazó a los alrededores del hotel Hilton, unos 100 metros al norte de la plaza de Tahrir. Decenas de manifestantes se cobijaron junto al hotel, atrayendo a los antidisturbios y aterrorizando a los turistas, que observaban los choques desde el otro lado de las cristaleras o desde los balcones. Bajo la presión policial, unas 100 personas acabaron derribando las puertas y entrando en el vestíbulo del hotel. Algunos sangraban. El establecimiento se llenó de inmediato de gas lacrimógeno. "Adiós, Mubarak", gritaban los chicos, a la vez que pedían disculpas a los clientes. El personal del hotel se ocupó de distribuir agua y toallas mojadas entre los refugiados, que al cabo de una hora fueron volviendo a la calle. En otros hoteles, como el Intercontinental Semíramis, la policía cerró las puertas con candados y prohibió entradas y salidas.
El aire de la ciudad era irrespirable. El quiosquero de la parada de autobuses cercana a Tahrir permanecía, sin embargo, en su puesto, con la boca cubierta por un pañuelo húmedo. Era la única persona impasible en pleno caos. "Alá me protege", dijo, cuando se le preguntó por qué desafiaba la tormenta a su alrededor.
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