El presidente iraní, Mahmoud AhmadiNejad, saluda al llegar a Nicaragua. |
Durante su paso por Cuba, el presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad fue nominado “doctor honoris causa” en ciencias políticas por la Universidad de La Habana. Probablemente éste haya sido uno de los mayores logros de su rápida gira por cuatro países latinoamericanos: Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador, marcada más por la contundencia de las declaraciones contra EEUU y el capitalismo que por los éxitos cosechados.
Para colmo de males, durante los cinco días que Ahmadineyad estuvo fuera de su país recibió algunas malas noticias, que pueden resumirse en dos. Por un lado, el asesinato en un atentado con bomba de un científico nuclear iraní, participante en el proyecto de dotar a su país del arma atómica. Por el otro, el anuncia de que Rusia estaba elevando su tono de voz en relación con la deriva que estaba tomando el desarrollo del programa nuclear, pese a seguir mostrando su oposición a las sanciones económicas, especialmente en el sector petrolero.
Si bien Ahmadineyad sólo oyó buenas palabras allí donde estuvo, también es verdad que no pudo ir más allá de donde gobiernan sus fieles amigos, o “hermanos” latinoamericanos, como gusta señalar Hugo Chávez. En algún momento previo a la gira se especuló con una posible visita a Perú o Guatemala, pero rápidamente desde las capitales de ambos países se terminó descartando un escenario más que problemático. Brasil, que había sido incluida en la gira anterior, en esta ocasión, ya con Dilma Rousseff en el gobierno, no fue incluido en el programa. La principal incógnita es por qué no visitó a Evo Morales en Bolivia.
El balance del viaje de Ahmadineyad puede hacerse desde una doble perspectiva. Por un lado, desde la de los intereses latinoamericanos y, por el otro, desde la de los iraníes. A los presidentes latinoamericanos visitados, la presencia de Ahmadineyad les sirvió para hacer gala de su resistencia frente a la presión de EEUU y la UE y mostrar, una vez más, su fuerte nacionalismo antiimperialista. Así hubo numerosas declaraciones, como la del gobierno ecuatoriano, de que nadie les iba a imponer la agenda ni decir lo que debían o no debían hacer.
Quizá Rafael Correa haya sido uno de los presidentes más enfáticos al recibir al huésped iraní. Sus palabras de descalificación del último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) por basarse en ” fuentes secundarias” fueron contundentes: “¿Cómo se puede aceptar esa clase de informes? Ese informe concluía, entre comillas, que Irán estaba desarrollando armas nucleares, algo que siempre ha negado y le creemos”.
Pese a que en esta oportunidad también se repitió el ritual de la firma de decenas de convenios bilaterales, que en cada caso ya superan los varios centenares, la credibilidad del amigo iraní ha ido descendiendo con el paso del tiempo y la experiencia de los múltiples incumplimientos de los compromisos adquiridos. En los hechos, la mayor parte de los convenios firmados se han convertido en papel mojado y ni llega el dinero iraní, bien vía inversiones o bien a través de programas de cooperación, ni el comercio aumenta de forma espectacular.
Son tan pocos los puntos de contacto entre Irán y los países visitados, que hay que explotar la imaginación y exprimir la retórica para dar explicaciones plausibles de por qué es necesario reforzar la relación entre los pueblos, o, mejor, dicho, entre los gobiernos que dicen representarlos. De ahí que Ahmadineyad recordara una y otra vez a lo largo de su viaje, que América Latina ya no será más el patio trasero de EEUU, es decir, la versión al uso de la doctrina del enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Desde la perspectiva iraní el interés de la visita podía centrarse en cuestiones energéticas, especialmente tras el reforzamiento de las medidas de presión en su contra y la posibilidad de que la demanda internacional de su petróleo disminuya (caso de Japón), y también en el potencial abastecimiento de uranio de Ecuador y Venezuela, aunque este tema entra en un terreno más especulativo. Lo mismo se puede decir en torno de las especulaciones de que Irán piense en los países visitados como bases desde las cuales lanzar represalias en el caso de un ataque de EEUU o Israel contra sus instalaciones nucleares. El precedente argentino no permite ser demasiado benevolente al respecto.
El gobierno de Barack Obama, que ve con preocupación los gestos de Ahmadineyad en América Latina, seguramente esté algo más de aliviado una vez que la gira ha concluido. Si bien no hubo manifestaciones masivas en contra de la teocracia iraní en los lugares visitados, ni declaraciones contundentes de los gobiernos regionales no implicados en la gira en defensa de los derechos humanos, los resultados obtenidos son tan modestos que seguro moverán a la reflexión a más de uno de los principales actores implicados, directa o indirectamente, acerca de las ventajas de esta extraña relación.
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